11h 18m
Tenía en mi mente la fragancia de un caramelo en el celofán que lo envolvía. Estaba subido en una silla. Era tanta la altura que supongo que había de ser muy pequeño. Ahí sentado, solo, con la fragancia del caramelo que había quedado impregnada en el celofán se estaban creando mis sinapsis neuronales, se estaba gestando mi representación del mundo.
Cuando el maestro nos maltrataba se estaba creando mi representación del mundo y también cuando veía a Wislawa meterse en la cama con restos de olor a formol y cuando poco después, en el piso a oscuras, empezaba a escuchar sus sollozos, se estaba conformando mi representación del mundo que hoy sé que no es el mundo y también sé hoy que entonces no era consciente de que lo estaba creando. Luego me he preguntado cuánto incide en el carácter de un hombre el hecho de que una de esas noches en el piso a oscuras, con el frío de los otoños tiranos, siendo muy niño, al acercarme a la cama de mi madre, acariciarle el pelo que caía, grasiento, sobre su frente y preguntarle, ¿Por qué lloras mamá? ella me respondiera, Porque me sale del coño. Vete a tu cama. ¿Cuánto incide que yo me volviera a mi cama y no pudiera dormir y me preguntara por qué suena tanto el viento si es invisible? ¿Por qué resuenan tanto las cosas invisibles? ¿Por qué no dejan de chocar una vez y otra contra elementos visibles y sólidos?
Los árboles del lugar en el que ahora vivo han dejado ya caer su fortaleza de estío. Mis manos se acercan al olvido. Mis ojos se van volviendo más castaños. Fue tanta la intensidad de ayer que hoy derivo hacia la caída anestesiado. Cuando aventuro el futuro desisto de someterlo a examen. Es una sensación muy parecida a la que sentí esta mañana muy temprano. Caminábamos Volga y yo por la calle ancha. Dos operarios retiraban el cadáver de Su, el perro abandonado que ayer jugó con Volga. Tenía el cráneo aplastado. Al ver el desdén con el que los operarios realizaban su trabajo me he vuelto a preguntar quién ensalzó nuestra especie.
Muy temprano he llamado a una oferta de empleo para ocupar una portería. Me ha respondido una mujer de voz chillona. Parecía nerviosa. Me ha preguntado si era español. Le he contestado que no de origen. Entonces ha colgado. He sentido frío en los pies. No me he preguntado qué hago en este país. Sólo he sentido frío en los pies. Y he recordado que los héroes han de llegar hasta lo más hondo de su tragedia para resurgir. Y me he preguntado si alguna vez seré capaz de saber que ya estoy en lo más hondo o si lo más hondo no es más que una figura retórica porque lo hondo no tiene suelo.
Debo demasiado dinero, me digo. Tengo demasiadas deudas. Y van en aumento. Su ya no tiene deudas. Los muertos del cementerio tampoco las tendrán (deudas dinerarias digo porque quizás estén siendo juzgados por dioses que habitan en lugares invisibles como el aire y que chocan contra nuestras culpas como martillo de herrero primordial en su intento de desentrañar la esencia de hierro de la roca).
La caída hoy es más suave. No tengo congoja. No tengo angustia. Tan sólo baña mi estado de un soplo triste el cráneo aplastado de Su. La voz chillona de la mujer no ha incidido en mi día. La altura de la silla en la que estoy sentado no me resulta excesiva. Será que ya no soy un niño.
Tenía en mi mente la fragancia de un caramelo en el celofán que lo envolvía. Estaba subido en una silla. Era tanta la altura que supongo que había de ser muy pequeño. Ahí sentado, solo, con la fragancia del caramelo que había quedado impregnada en el celofán se estaban creando mis sinapsis neuronales, se estaba gestando mi representación del mundo.
Cuando el maestro nos maltrataba se estaba creando mi representación del mundo y también cuando veía a Wislawa meterse en la cama con restos de olor a formol y cuando poco después, en el piso a oscuras, empezaba a escuchar sus sollozos, se estaba conformando mi representación del mundo que hoy sé que no es el mundo y también sé hoy que entonces no era consciente de que lo estaba creando. Luego me he preguntado cuánto incide en el carácter de un hombre el hecho de que una de esas noches en el piso a oscuras, con el frío de los otoños tiranos, siendo muy niño, al acercarme a la cama de mi madre, acariciarle el pelo que caía, grasiento, sobre su frente y preguntarle, ¿Por qué lloras mamá? ella me respondiera, Porque me sale del coño. Vete a tu cama. ¿Cuánto incide que yo me volviera a mi cama y no pudiera dormir y me preguntara por qué suena tanto el viento si es invisible? ¿Por qué resuenan tanto las cosas invisibles? ¿Por qué no dejan de chocar una vez y otra contra elementos visibles y sólidos?
Los árboles del lugar en el que ahora vivo han dejado ya caer su fortaleza de estío. Mis manos se acercan al olvido. Mis ojos se van volviendo más castaños. Fue tanta la intensidad de ayer que hoy derivo hacia la caída anestesiado. Cuando aventuro el futuro desisto de someterlo a examen. Es una sensación muy parecida a la que sentí esta mañana muy temprano. Caminábamos Volga y yo por la calle ancha. Dos operarios retiraban el cadáver de Su, el perro abandonado que ayer jugó con Volga. Tenía el cráneo aplastado. Al ver el desdén con el que los operarios realizaban su trabajo me he vuelto a preguntar quién ensalzó nuestra especie.
Muy temprano he llamado a una oferta de empleo para ocupar una portería. Me ha respondido una mujer de voz chillona. Parecía nerviosa. Me ha preguntado si era español. Le he contestado que no de origen. Entonces ha colgado. He sentido frío en los pies. No me he preguntado qué hago en este país. Sólo he sentido frío en los pies. Y he recordado que los héroes han de llegar hasta lo más hondo de su tragedia para resurgir. Y me he preguntado si alguna vez seré capaz de saber que ya estoy en lo más hondo o si lo más hondo no es más que una figura retórica porque lo hondo no tiene suelo.
Debo demasiado dinero, me digo. Tengo demasiadas deudas. Y van en aumento. Su ya no tiene deudas. Los muertos del cementerio tampoco las tendrán (deudas dinerarias digo porque quizás estén siendo juzgados por dioses que habitan en lugares invisibles como el aire y que chocan contra nuestras culpas como martillo de herrero primordial en su intento de desentrañar la esencia de hierro de la roca).
La caída hoy es más suave. No tengo congoja. No tengo angustia. Tan sólo baña mi estado de un soplo triste el cráneo aplastado de Su. La voz chillona de la mujer no ha incidido en mi día. La altura de la silla en la que estoy sentado no me resulta excesiva. Será que ya no soy un niño.