Kiss II de Roy Lichstenstein. 1963
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Me cuerdo de la escalada hasta el castillo. Más difícil y quizá más gratificante al tener poliomielitis en las dos piernas. Suerte que la enfermedad no atrofiara las caderas.
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Me acuerdo que mi hermano el pequeño toca un avispero. También en una montaña. También escalando. Le picaron dos avispas. Barro para curar los aguijonazos de las avispas.
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Me acuerdo de la cueva lacustre en cala Fustán. Un túnel subacuático, estrecho y no muy largo para acceder a ella. En el centro de la laguna salada un ara de piedra. Por los intersticios de las rocas de la montaña que sobre la cueva se yergue entran haces de luz.
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Me acuerdo de una araña en el acantilado. Yo la designo Viuda negra. La visito cada tarde mientras teje su tela para desgracia de otros insectos.
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Me acuerdo que la profesora doña Adela Gil del Instituto Santamarca de Madrid me califica con un 12.645 sobre 10 un trabajo acerca de Las Cortes de Cádiz.
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Me acuerdo de la primera vez, Ana. Tú en mis rodillas. Nos besamos las bocas. Hacia la una de la tarde. Teníamos los catorce años. En casa de Francisco Javier.
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Me acuerdo en la carretera. Haciendo dedo. Solo por las carreteras de Europa. Camino de París. Por primera vez París.
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Me acuerdo que Julia me sube el embozo de las sábanas y me besa la frente. A ella le queda aún coger el metro en la estación de Serrano hasta la de Bilbao y allí hacer trasbordo a la línea 1 para bajarse en Puente de Vallecas y caminar hasta su casa sita en la calle Emilio Ortuño 11 piso primero, letra C.
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Me acuerdo que en la cola para entrar en el Museo del Prado con mi tío Carlos, nos enteramos que Paco Fernández Ochoa ha ganado una medalla olímpica en los juegos de invierno de Saporo.
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Me acuerdo de un paseo por el museo del Prado de la mano de mi tío Carlos. Me enseña. Sabe. Disfruto. Luego el parque de El Retiro. Un kiosko. Él una cerveza, yo un refresco de naranja y unas patatas fritas. Él leerá el ABC. Yo miraré a las gentes pasear. Ocho años. Quizá me duela el aparato que llevo en la pierna derecha. Él siempre me dice cuando camino, Levanta el pie. Gracias a él nunca lo arrastré.
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Me acuerdo que en la calle de Lista, una tarde, de repente, mientras Julia unta tomate en el pan, aprendo a montar en bicicleta.
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Me acuerdo de la Plaza del Marqués de Salamanca con arena. En un edificio creo ver, a través de un visillo, el cogote de un fantasma.
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Me acuerdo de la boya en el mar que marca la linde con la alta mar. Hasta ella voy nadando. No he llegado a los diez años. Mi padre me enseñó a nadar. ¡Qué elegante era el nado a crawl de mi padre! Mi padre se llamaba Antonio.
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Me acuerdo de Esteban, paciente en el antiguo hospital Puerta de Hierro. Yo tengo trece años, él cuarenta y siete. Nos hacemos amigos. Nos cuidamos. Muchos días en el hospital. Más de veinte. Él era de Vitoria. Cuando viene a Madrid, me visita y le pide permiso a mi madre para llevarme al Campo del Gas para asistir a las veladas de boxeo. Veo luchar a los grandes campeones de aquellos años. Años setenta. En uno de sus viajes me regala una medalla de oro de la Virgen Blanca con nuestros nombres inscritos: Esteban y Fernando.
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Me acuerdo de estar perdido en Francia. En el segundo día de mi viaje a dedo hasta Paris. Me va a caer la noche en mitad del campo. Ocurre el milagro: un hombre cuyo oficio es pirotécnico, me recoge cuando el ocaso moría. Me deja en Bordeaux.
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Me acuerdo de tener siempre las botas rotas por los aparatos.
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Me acuerdo del camping del lago de Proserpina, en Mérida. Tengo diecisiete años. Días antes he hecho el amor por primera vez, justo el día de la final del campeonato mundial de fútbol que jugaron Holanda y Argentina. Ella no sabe si se ha quedado preñada. Es maravilloso que S. (cuyo nombre por deferencia hacia ella no escribo completo) nace el mismo día en el que mi hija nacerá veinte años más tarde.
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Me acuerdo del lema Caravanes La Bohème, les vacances sans problémes! (que repetía un locutor por los megáfonos en el final del Tour de Francia de 1979 que se disputaron hasta el final Zoetemelk e Hinault). Mi amigo Luis corría para ver pasar al pelotón. Yo, sentado, le veía correr y me sentía lleno de emoción.
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Me acuerdo de mi madre, en el final de una Vuelta Ciclista a España, en el Parque Sindical; al ver pasar a Luis Ocaña le grita, ¡Afrancesado! -porque Ocaña corría con el equipo francés Bic-. Ocaña se giró y miró por un instante a mi madre.
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Me acuerdo de los versos: Como un zapato viejo/ por un circo de estrellas rodeado.
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¡Me acuerdo de lo hermosas que son las sandías en la huerta, junto al Júcar! Robos de verano.